Me hace gracia esa palabreja, pero me hace más gracia aún el concepto forjado en estos últimos tiempos por algunos mentecatos bienpensadores. Esos mismos mastuerzos del buen rollito, paz y milongas varias, convencidos de que el mundo necesita arco iris a espuertas y mariposas a granel.
Sorprende a veces la ingenuidad de muchas personas, pero es aún más inquietante la ceguera y estulticia esgrimida por muchos, alentada claro está por aquellos a quien beneficia. La similitud entre civilización y decadencia, otro concepto incapaz de calar en esas mentes inquietas del "todo vale", es otro argumento más ignorado y relegado al ostracismo. Ahora, como dice el personaje de Omura en "el último samurai": somos un país con leyes. Se acabó por tanto la ley del más fuerte imponiendo su voluntad a sangre y fuego.
Quien quiera pensarlo, a pesar de ser libre para hacerlo, reciba mi más cordial y sincera colleja (por ser suaves), ante tamaña idiotez.
No hemos hecho más que invertir términos, adaptarnos a los tiempos y aparentar un grado de progreso ficticio. Cambiar la ley del más fuerte por la del más rico ha sido un proceso gradual, a medida que el desarrollo tecnológico permitía a cualquier mierdecilla cobarde matar a alguien a distancia. No hay que ser muy listo para saber que el dinero, hoy en día abre puertas y corazones antes impensables. En otros tiempos la gente tenía escrúpulos, conciencia, honra, o como quieran llamarlo, y esas cosas eran impensables. Hoy en día todo tiene precio, y la gente, lo exhibe en la frente. El poderoso caballero, ha dado muestras de su influencia en numerosas ocasiones, unas más obvias, otras más sutiles. Aquí tenemos ejemplos nacionales de sobra, y por citar unos pocos, recuerden a Mario Conde, a Farruquito, o al impresentable de El Dioni. Y eso sin meternos en real faena, que daría para largo y tendido.
Pero la cosa es ésa. Tenemos leyes, y ya somos civilizados. No nos matamos por un tema de lindes (ese entrañable arrebato patrio) o por habernos desflorado a la niña. No. Ahora observamos impotentes cómo nos violan a la legítima, nos queman la casa y nos dejan en silla de ruedas sin mover un dedo, esperando ese mazo de la dama ciega que pondrá las cosas en su sitio. Y la cosa no llega, pero aquí no pasa nada. Luego contemplamos con estupor cómo a nuestro hijo le graban en la guardería en plena orgía, nos ponen los pies del revés en el quirófano, o nuestro jefe nos encadena a la silla de la oficina, riendo a mandíbula batiente con cosas como "horas extra" o "reconocimiento en el trabajo".
Y volvemos a apelar, infatigables, con esa confianza que sólo los tontos somos capaces de mostrar una y otra vez. Y el mazo cae, estrepitoso, para darle la razón al contrario y buscarnos la ruina.
De camino a casa un artefacto explosivo nos deja en la cuneta de la vida, enterrando a familia y amigos, y entonces, ante la gravedad del asunto, nos ponemos serios, y exigimos a esa puta de la balanza que por una vez, aunque sólo sea una, haga lo que debe. Craso error por supuesto, pues ya sabemos que es un asunto complicado, peliagudo e incluso de índole reservada. No se le puede exigir a un "patriota" (adorable eufemismo del cabrón de Otegui y compañía), quedarse calladito cual buen colegial mientras un juez desgrana uno a uno las lindezas perpetradas por él. Es una infamia a la cual debe, está obligado casi, responder de forma contundente, libertad de expresión y mierdas varias, etc, etc.
Y es en ese momento en el que uno desea acercarse a semejante cabrón, como figura representativa por supuesto, en su lugar se pueden poner a muchos, y reventarle la sesera con lo primero que se tenga a mano. Pero eso no es "civilizado". Quedarse mirando como un gilipollas mientras te pisotean y se mofan en tu cara, sí.
viernes, 4 de julio de 2008
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